Después de tanto
tiempo imaginando cómo sería su vida junto a ella, un día decidió desahogarse
escribiendo sobre ese amor imposible. Pero, en vez de
inventarse un cuento o una novela, comenzó a anotar en un diario, noche tras
noche, hasta los más insignificantes detalles cotidianos de lo que imaginaba
sería su vida en común.
Progresivamente, la
fascinante narración de esos hechos le fue ocupando gran parte de un tiempo
que, por otro lado, la vida que reflejaba jamás podría llenar. Llenó más y más
cuadernos, formando una obra que sabía única, fantaseando con la idea de que
ella algún día la leería y la enormidad de lo escrito la arrojaría en sus
brazos.
De pronto, un día, cuando ya no tenía esperanzas,
ella finalmente le dijo que sí. Pero ya se sabe: segundas partes nunca fueron buenas.