«Hace mucho que dejé de necesitar personas a mi alrededor. Son como pasajeros, van y vienen. Mi corazón ya no acepta visitantes, y mucho menos huéspedes. Mi corazón es frío, abandonado, está carcomido, ya no puede sentir. Y digo puede, por que querer no sirve de nada en cosas como éstas. Sólo vivo de instantes que nadie ve, de palabras que nadie comprende. Árboles, océanos, lluvia, paréntesis, constelaciones, corazones, cosquillas... ¿qué más les dará lo incomprensible? Es una suerte que yo ya no tenga miedo a la soledad...», decía ella siempre ella, mirando a través de la ventana la lluvia caer. Ni siquiera era otoño, pero las nubes ya salían en su búsqueda A veces me recitaba sus poemas, los días en los que olía a lluvia pero no llegaba a asomarse, y los decía con tanta fuerza que era difícil no creerla. Directo desde el corazón, decía (yo estaba muy seguro de eso, era imposible negárselo).